La muerte de la privacidad

Esta semana Wikileaks volvió a generar noticia liberando supuestos documentos de la CIA (información que no ha sido negada por la agencia) denominados “Vault7” en los cuales se describían -entre otras revelaciones- que la CIA contó con poderosos “malwares” (softwares maliciosos) para acceder a teléfonos con iOS y Android, y que -peor aún- perdió el control sobre dichos softwares y nunca informó sobre el hecho. Se informó que logró infiltrar empresas como Google, Microsoft y Apple y colocar trabajadores en puestos claves, y que cuenta con capacidades para activar dispositivos caseros tales como televisores inteligentes para poder oír conversaciones privadas y activar cámaras para ver lo que hacen las personas.

1984, hecho realidad.

Tal como con las revelaciones de Snowden en 2013, quizás lo más preocupante es la poca indignación que esto ha generado entre los ciudadanos. Sin duda, tiempos en los que la amenaza terrorista, el resurgir nacionalista y la tensión económica están en alza, la invasión de la privacidad por parte de un gobierno democrático a muchos les parece una ventaja, y no una amenaza.

En tiempos en los que decir que la privacidad es sagrada puede convertirte en sospechoso (de terrorismo, de narcotráfico, de pedofilia, en fin, de cosas nada buenas) son pocas las voces que se levantan para recordarle a todos que sin la posibilidad de poseer y controlar un mundo privado dejamos de ser ciudadanos libres, y pasamos a ser fichas chantajeables.

No importa la intención (buena o mala) de un estado de registrar toda la conducta de los ciudadanos, porque por definición, el estado buscará autopreservarse, y utilizará esa información -tarde o temprano- para lograrlo, en detrimento de los derechos individuales de las personas.

La libertad sólo la garantiza un contexto en el que las acciones del gobierno son transparentes para los ciudadanos, y la vida de los ciudadanos es opaca para los gobiernos. No dejemos de indignarnos por vivir en un mundo en el que sucede todo lo contrario.