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Las cosas que nunca cambian

(Mucho cambio, todo igual)

Es difícil luchar contra el sentido apocalíptico que muchos le endilgan a la tecnología, cuando dicho sentido otorga placer y control a quienes lo imparten, o -incluso peor- su estabilidad económica depende de que el discurso apocalíptico sea aceptado por todos.

Tengo ya varios años dedicándome a aprender sobre la intersección de “conducta” y “tecnología”. A pesar de que fui parte del equipo que creó la cátedra de ciberpsicología de una universidad, a pesar de que sigo conectado a la línea de investigación en el área a través de la tutoría de trabajos de investigación y a pesar de que sigo dando cursos de formación en ese campo, resalto el elemento “aprendiendo”, porque con excesiva frecuencia veo cantidades de profesionales haciendo llamados a sus títulos académicos para evangelizar sobre el tema. Un título académico no brinda la capacidad de ser experto. El experimentar (con la misma raíz de “experiencia” y “experticia”) te hace ser experto. Es como si creyéramos que sólo los arquitectos pudieran hablar de la estética de nuestras casas.

El libro tuvo -durante siglos- la fama de “volver locos” a quienes leían en exceso (hasta el Sol de hoy no sé qué significa leer en exceso)

La tecnología es un fenómeno cotidiano que debe experimentarse. El exceso de teorización sobre cualquier tecnología, antes de permitir aclarar, termina oscureciendo el discurso. Nadie puede saber cúal va a ser el efecto del celular sobre nuestras sociedades antes de que usemos el celular. El libro tuvo -durante siglos- la fama de “volver locos” a quienes leían en exceso (hasta el Sol de hoy no sé qué significa leer en exceso). Nadie podía prever que la bomba nuclear nos iba a traer décadas sin guerras mundiales. No es fácil predecir nada en sistemas complejos.

Para lo que sí sirve la hiperteorización y la evangelización academicista en el ámbito tecnológico es para potenciar patologías ya existentes: a la madre angustiada la convierte en madre hiperangustiada el hacer click en ese “link” que dice que “se comprobó que los niños no deben tener smartphones”; potencia la paranoia en quien ya era paranoico aquel comentario “científico” que asegura que “si tu pareja vive metida en facebook te engaña” y que aparece en una nota de prensa de un portal que vive de que hagas click, y no de decir la verdad; pero sobre todo, aumenta la percepción de catástrofe en sociedades enteras una famosa frase, la que suelo enfrentar en cada conferencia, en cada entrevista, en cada salón de clases, la gran mentira apocalíptica y una de las favoritas de las notas de prensa flojas y mal investigadas: “el ser humano ha cambiado muchísimo (y para mal) a raíz de las redes sociales”.

Demonizar la tecnología es mirar para otro lado, es negar los hechos de la vida, es tratar de vender el sofá.

Vaya facilidad para sentenciar. La verdad es que la familia que no se comunica en el siglo 21, presenta como síntoma una muralla llena de smartphones, pero antes de eso (digamos, en los años 5o) presentaba una muralla llena de programas de tv, y antes de eso (digamos, en 1900) una hecha de los períodicos del día. La pareja que engaña lo único que necesita para desvincularse de una relación no es una app como Facebook, es un amor desgastado como el que Bob Dylan describió en “The love that faded” en 2011 (cuando Facebook tenía 5 años), o el que Pablo Milanés describió en “Para vivir” en 1975 (cuando faltaban 9 años para que Mark Zuckerberg naciera). Demonizar la tecnología es mirar para otro lado, es negar los hechos de la vida, es tratar de vender el sofá. Y esta es una opinión política, y la gente debe comenzar a entenderlo.

Soy un convencido de que toda tecnología trae consecuencias negativas. Pero el argumento que termina demonizando las redes hasta el punto de que cada lectura sobre el tema te termina haciendo desear que nunca se hubiesen inventado no sólo es dañino, sino que es políticamente peligroso. Muy peligroso. Llenando de miedo a las personas sobre las consecuencias de la libertad para conectar, estamos dándole toda las justificaciones a los estados para que ejerzan cada vez más control. Cambiar libertad por seguridad nunca ha sido buen negocio. No me servirá de nada que la red esté “libre de pederastas” si en el camino también estará libre del derecho a la privacidad de todos. Es un muy mal negocio que a la gente le cuesta entender. Si pasamos nuestro tiempo leyendo más, y sentenciando menos, aprenderemos que esto, al igual que la naturaleza humana, son cosas que nunca cambian.

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