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Lo que anoté luego de 30 días sin publicar en RRSS:

Sin ninguna causa especial, y por el simple hecho de experimentar, decidí mantenerme  en silencio durante 30 días en todas mis redes sociales (si si, soy un ocioso, lo sé). Y descubrí que:

  1. No me generó “síndrome de abstinencia” el quedarme en silencio, a pesar de que en estos 30 días pasaron muchas cosas que me habría provocado publicar. Quedarme callado no me causó problema, porque fue una opción, y no una imposición.
  2. Sí me generó mayor necesidad de compartir lo vivido por otras vías: me di cuenta de que me provocaba más contar sobre lo cotidiano a la gente que me rodea (incluyendo aquellos que viven lejos, pero con los que hablo de manera privada). Compartí la vida diaria con la gente que me rodea a diario. No existió la frase “¿no viste que lo publiqué en x?” durante esos 30 días.
  3. Me provocó publicar más sobre lo “emocionalmente lejano” y menos sobre lo “emocionalmente íntimo”. Es decir: me provocó usar mis redes para cosas que podría hablar con cualquiera y mostrar a cualquiera, y (como dije en el punto anterior) potenciar el uso del contacto privado para cosas que no. Se recalibró mi estilo de comunicación.
  4. No cambió para nada mi idea de las redes sociales: a) son uno de los mejores subproductos de la “era internet”, b) su calidad depende de tu capacidad de escoger de quien te rodeas y c) nos invitan (como toda buena tecnología) a aprender su buen uso, a partir del abuso. Nos pasó con el uso de la energía, nos pasó con el uso de los plásticos, no pasó con el uso del dinero, y nos seguirá pasando con cualquier otro gran invento.
  5. Leí más. Y eso siempre es ganancia.
  6. Me preocupé menos por mi “persona” en el sentido griego de la palabra (πρόσωπον, que significa “máscara”). Nada de andar pendiente de mostrar el concierto al que fui, ni la película que vi, ni la reunión de amigos. Pero sí, sin duda alguna, me dieron muchas ganas de compartirlo con la gente más significativa, y menos con la platea. No creo que tenga nada de malo compartirlo con la gente “lejana” (y pienso volver a hacerlo) sino que, como ya dije, sentí que necesitaba recalibrar, y que lo logré.
  7. El “número Dunbar”, esa famosa hipótesis del psicólogo evolutivo Robin Dunbar de que el promedio de personas con el que un ser humano puede tener relaciones significativas tiene un límite (alrededor de 150), es un bonito recordatorio de que las redes pueden hacerte crecer mucho si sabes escoger qué publicar, a quién mostrar, y con qué conectarte, pero pueden convertirse en el más fatuo de los laberintos si dejas que la vida sea un viaje en el que importe más el cómo te ven en una vitrina, que cómo te ves a ti mismo frente a un espejo.

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