A veces
Septiembre 4, 2018
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La escuela de Satán

El liberalismo no es, ni se vende, como panacea.

Tengo como costumbre, una vez que alguien me dice que le encuentra lógica a mis argumentos a favor del liberalismo, tomarle el pulso a su convicción invitándole a hacer un ejercicio mental que le permita evaluar seriamente si el punto de vista liberal le convence.

De esto se trata esto que escribo hoy, dedicado a muchas personas a mi alrededor (círculos íntimos, conocidos y absolutos deconocidos de redes sociales) que de manera emocionante en los últimos meses, me han comenzado a preguntar sobre el tema del que antes nadie hablaba: el liberalismo como solución.

Viajaremos a un país imaginario, llamado Liberland, que luego de años de un estado grande y deficitario, logró convencerse como sociedad de intentar el camino del liberalismo: redujo el estado a una función mínima que garantizara el estado de derecho, el respeto por los contratos y la penalización de la coacción en las relaciones entre los seres humanos. Y, por el bien del argumento, digamos que le fue muy bien: que el país despegó, que los derechos sociales, políticos y económicos de la gente se desarrollaron como nunca, y los ciudadanos discutían por qué nunca habían intentado el liberalismo antes, y por qué sería que el mundo le tenía tanto miedo.

Fue entonces cuando se inauguró la Escuela de Satán.

La liberalización educativa había funcionado de maravilla al principio: una vez eliminada la legislación que obligaba a los centros educativos a dar un sólo currículo aprobado por el estado, y establecido el sistema de vouchers escolares, los padres podían darse el lujo de inscribir a sus hijos en la escuela de su preferencia, los educadores, ya libres de tener que cumplir un absurdo plan educativo que en nada los satisfacía, pudieron innovar y compartir entre ellos las técnicas que funcionaban y las que no, las escuelas que se negaron al cambio, al ya no tener alumnos que debieran inscribirse obligatoriamente en ellas, tuvieron que desaparecer o adaptarse a entender que ahora el centro de todo era ofrecerle al niño y a sus padres la educación que esa familia (y no un estado abstracto) considerara conveniente. Al principio fue confuso, pero poco a poco los padres comenzaron a hacerse correr la voz de cuáles eran las mejores escuelas, cuáles eran las peores, y a ese proceso le siguió un despegue fenomenal de la calidad educativa en toda Liberland.

En ese momento de calma y desarrollo, y ante la libertad que las leyes otorgaban para establecer centros educativos, se comenzó a construir, justo al lado de la Escuela “Santo Cristo”, en la capital de Liberland, un edificio inmenso, con canchas deportivas, laboratorios, y auditorios. “Que bien! Otro colegio!” pensaron todos los vecinos acertadamente, y ya imaginándose las innovaciones que la Escuela “Santo Cristo” y la nueva escuela generarían para lograr el favor de su clientela.

Pero, una vez inaugurada, la escuela fue una sorpresa para la mayoría de la gente. Al principio, el registro y el cartel de “Escuela de Satán” parecía un truco de mercadeo de mal gusto, una mala idea para llamar la atención de la gente, que seguramente se corregiría. Pero luego, cuando se abrieron las inscripciones, se observó que los vouchers educativos de unas cien familias de todo el país se habían decantado por esa escuela por tener un currículo confesional con una figura central: La veneración a Satán y el seguimiento de la “Iglesia del Satanismo” creada en California en 1966.

Las declaraciones iniciales de los directivos no tranquilizaron a la gente: Si bien la escuela había logrado inscribir a 100 alumnos, la idea era abrir centros para atender al 0.01% de la población de Liberland que se declaraba “Satanista”: unas 5 mil personas, de una población de 50 millones.

El tema explotó a nivel nacional cuando un canal de noticias, en una noche de poco rating y ausencia de noticias, sacó al aire el reportaje y generó un boom de pánico entre el resto de los 49.995.000 habitantes del país: Liberland -decían- había sido tomada por el demonio.

¿Debía el estado prohibir esta escuela? ¿Había sido esta iniciativa de crear esa escuela una “burla y un abuso de los preceptos liberales”?

Cúenteme: ¿Es usted -ahora- liberal?

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