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Red sana en cuerpo sano

Las redes 2.0 tienen la particularidad de ser distintas para cada usuario. Cuando yo te digo “me gusta twitter” y tú me dices “yo lo odio” es probable que estemos hablando de mundos completamente distintos. Quizás yo también odiaría tu twitter. Quizás tú también amarías al mío.

Tal como en la vida física, en nuestra vida en redes gran parte de nuestra felicidad depende de que sepamos escoger de quién rodearnos

Un elemento que regularmente entorpece nuestra capacidad de apreciar las redes sociales es nuestra habilidad de escoger bien a quién seguir: tal como en la vida física, en nuestra vida en redes gran parte de nuestra felicidad depende de que sepamos escoger de quién rodearnos. Si alguien te comenta que “no cree que exista la amistad” hay alta probabilidad de que tu próximo pensamiento sea el preguntarte qué tipo de amigos tuvo esa persona, más que cuestionarte el concepto de amistad.

Con mucha frecuencia el proceso de escogencia de nuestras redes está cargado de dos características que asesinan toda posibilidad de disfrute: la imitación social y la falacia de constancia social.

La imitación social es la norma social implícita que nos genera el impulso de interactuar con una persona de la misma manera que esa persona ha interactuado con nosotros. En el mundo físico, esta capacidad imitativa es de altísima importancia, dado que nos enseña a responder un “buen día” con otro “buen día” y demás etiquetas. El equivalente de más fácil ejemplificación en redes sociales es el impulso de “seguir a alguien” o “aceptar la amistad de alguien” por etiqueta y buenas maneras, luego de que esa persona “te ha seguido” o “ha solicitado ser tu amigo”.

Ciertamente, seguir a alguien que conoces porque te siguió parece lo suficientemente inocuo como para ser tomado como una etiqueta bastante aceptable. Sin embargo, para la mayoría de la gente que no tiene mayores conocimientos sobre las herramientas avanzadas, aceptar a alguien en su timeline implica abrir su atención a todo lo que esa persona decida opinar, copiar, conversar o intercambiar en sus redes. En el mundo físico, parecería un exceso el aceptar que, porque alguien te diga los buenos días, tu deberías aceptar que todo su mundo de percepciones invadiera el tuyo.

La verdad es que si “nadie muere por amor” mucho menos habrá muertes masivas por un “unfollow”.

Y la sensación de muchas personas es exactamente esa: el sentirse invadidos. Podemos identificar rápidamente a las personas que sufren esta situación, porque con frecuencia los oímos quejarse: “este Juan si publica estupideces!!”. Y con mucha frecuencia, si les preguntamos por qué lo sigue, o por qué le aceptó la invitación a conectarse, la respuesta tendrá que ver con la segunda característica que enumeramos anteriormente: la falacia de constancia social.

La falacia de constancia social es aquella que le indica (erróneamente) a las personas que, una vez iniciado un contacto social, éste debe ser asumido y mantenido, aunque se perciba como una carga. Usualmente viene acompañado por la sensación de que toda separación es un proceso doloroso que debe ser evitado a toda costa. La verdad es que si “nadie muere por amor” mucho menos habrá muertes masivas por un “unfollow”.

Al contrario, un ecosistema en el cual la principal recompensa que se recibe (conexiones sociales) se vea perdida por distribuir contenido que sea falso, espúreo, etc, hará que las personas que tienen interés en conectarse aprendan a filtrar mejor las cosas de las que se hacen eco. Por el contrario, quien tenga como objetivo la agresión por la agresión misma, hostilidad, o manejo a contracorriente para ganar clicks o impresiones, se mantendrá en dicha conducta. Una vez claramente diferenciados los dos tipos, usted podrá decidir libremente a quién seguir, y qué consecuencias asumir, sin echarle la culpa de sus decisiones a las aplicaciones sociales.

El mundo tiene billones de bits de información produciéndose a diario, mientras que el día suyo tiene sólo 24 horas. Escoger a quién sigue, es escoger en quién se convierte.

Si usted conoce a alguien y ese alguien le comienza a seguir en redes, recuerde que no está obligado a retornar el favor. Tómese su tiempo, revise si el timeline de la persona le aporta valor a usted en sus circunstancias actuales, y luego tome la decisión sobre la base de eso. Si la persona insiste hasta el punto que usted se siente hostigada u obligada, repita conmigo la respuesta necesaria: “te quiero, pero no quiero tu timeline”.

Si ya usted sigue a esa persona, y descubre que su contenido comienza a ser desagradable para usted (no me refiero a “contrario a sus creencias” sino “desagradable” en el sentido de que está lleno de falsas informaciones, o de cualquier característica que simplemente usted no quiera) repita conmigo: “dejar de seguir a alguien no es un pecado, y menos cuando contribuye a que mis redes sociales sean de mayor agrado y crecimiento personal para mi”.

Por supuesto, si usted tiene (o quiere tener) un conocimiento más profundo sobre el manejo de las redes, existen maneras de hacer esto y a la vez evitar reclamos incómodos: la elaboración de listas, el uso de los botones de “silenciar” que tienen redes como Facebook, Twitter, etc; que le permitirán filtrar contenido en sus redes, sin tener que escuchar reclamos en su cara.

Lo esencial del mensaje es: cuidemos quién es parte de nuestras redes, tal como cuidamos el alimento que entra a nuestro cuerpo, o las personas con las que interactuamos en el mundo real. El mundo tiene billones de bits de información produciéndose a diario, mientras que el día suyo tiene sólo 24 horas. Escoger a quién sigue es escoger en quién se convierte. La capacidad que las redes sociales tienen de moldear nuestro mundo se nos hace casi inocua e insignificante, hasta que nos damos cuenta de que la cantidad de cosas que podemos aprender en ellas es tal, que cada persona que contribuye a las nuestras (positiva o negativamente) está teniendo poder sobre una de las cosas más valiosas usted como individuo tiene: su capacidad de atención.

 

 

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